CAMINA PERO

CAMINA PERO
NUNCA DEJES DE CAMINAR.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Mi primer recuerdo de los juegos olímpicos me lleva a retroceder en el tiempo. Año 1984. Arremolinado con mis hermanos en el asiento trasero de un Seat 124 recorriendo la distancia que separa Madrid de Alicante. En ausencia de aire acondicionado había que viajar de madrugada para evitar el calor veraniego y buscar el resuello nocturno. Nos despertamos con los primeros rayos de sol y con la voz del locutor de la radio informando sobre el pase a la final de la selección española de baloncesto. 

Ocho años después, obviando los juegos de Seúl, la diferencia horaria era demasiada para mí, me asalta el otro recuerdo más vívido de las Olimpiadas. El paso de la antorcha por la ciudad en la que vivía. El portador  era uno de los jugadores que con su pase a la final de baloncesto me desperezaban en esa mañana veraniega. El círculo se cerraba.

No voy a caer en el topicazo. Paso de considerar que con los juegos olímpicos de Barcelona entramos en la mayoría de edad. No. Lo que hubo es preparación, inversión y espíritu competitivo. No nos hicimos mayores al cumplir una edad u obtener unas medallas sino porque se profesionalizó el deporte mediante inyecciones de dinero. Nos independizamos y crecimos.

A partir de ahí lo que hicimos fue aprender los valores deportivos. La humildad del vencedor y el reconocimiento a los rivales que nos vencen. El abrazo solidario y fraterno. Sin fronteras limitadoras, ni mentales ni geográficas.